He intentado erigir mi vida sobre la cadera de otra mujer, en otro cuerpo, en otro universo, en otro tiempo, en la misma ciudad, consciente de no querer lograrlo, haciendo todo lo posible para sabotearme y fallar.
Entiendo que lo nuestro ya no será: ya no viviré contigo, no viviré más en ti; no coseré tus heridas ni plantaré orquídeas en su lugar; no abrazaré tu noche, la madrugada no me cobijará más con tus labios y sudor; no besaré tu frente ni te diré «buenos días», mientras preparo café para dos; nunca sabrás que me fui ni lo que pude ser, porque amaste a otros.
No entenderé por qué tiraste la toalla ni cómo decidiste echar por la borda lo poco que construimos, tampoco por qué con mi amigo o con aquel mediocre jugador de fútbol de cuarta, vulgar y prosaico, nunca, ni si era verdad que habrías esperado una vida entera por mí, ni quién fuiste, ni si yo de verdad fui tu antes y tu después, ni como hubiera sido pasar las navidades a tu lado, amarnos todas las noches, esperar el alba, ser juntos… porque amaste a otros.
Ha llegado un punto en el que yo ya no seré más que una sombra opaca y endeble, para siempre y tú ya no serás más el porvenir de una ilusión, para mí. Ya no estás en un mañana próximo, no sabré si tu piel conserva su usual sabor amaderado o si mis manos todavía sabrán acariciar el timbre de tu dirección postal, ni si te acuerdas de nosotros.
No me besarás nunca como solías hacerlo, no me mirarás como solías hacerlo, no pronunciarás mi nombre, nunca.
No volveré a acariciar tu rostro.
No te veré partir… porque ya amas a otro.