Vivo aferrada a tu dulce condena, triste pasión que conquista mis letras, me guardaré tus poemas por siempre, porque tu lírica es el cometa donde perviven las musas ardientes. Lunas de versos adornan mi vida con el murmullo sutil de tu lira, en tu silencio descubro la magia y se resuelven sombríos enigmas desde la luz que desprende tu alma. Turbas mi ser con tu sola presencia y sin saberlo me clavas tus flechas, cuando descubro el fulgor de tu pecho se vuelven nimios enormes planetas, son invisibles de golpe los cielos. Es tu poema ternura soldada a la ilusión de un hermoso mañana, nunca en tu ayer conociste la suerte, no fue tu voz la canción de las hadas, ni tu suspiro el vaivén de los peces. Pero no importa la marca del golpe, pues el dolor te reviste de bronce en la presencia triunfal de lo justo, y la dulzura pasea tu nombre por las entrañas azules del mundo.
Sobre la autora

Empecé a escribir poesía con quince años de la mano de un amor imposible que me comía las entrañas, y en ese difícil camino de la adolescencia, me tropecé con una profesora de literatura que admiraba profundamente la poesía. A caballo entre la angustia del desamor y las redacciones de clase, descubrí que existía un espacio en el mundo en el que podía ser yo, y en el que el maremágnum de emociones que bullía dentro de mí tenía sentido. Un verso aquí, otro verso allá; la poesía se fue transformando en un arco iris de sensaciones cantadas sin voz en un papel en blanco y, en el sentido más estricto de las palabras, en el exorcismo de mis pasiones. Así fui pasando de las líneas infantiles a las rimas, al verso libre, a los intentos suicidas de estructuras prefijadas, hasta llegar a los versos sangrantes y al grito poema que se retuerce sobre sí mismo.