Sexta Fórmula

Soliloquio en delirio solemne – Solcan Jair

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Nací en un pueblo de Veracruz, húmedo y asolador. Emigré a la Atenas veracruzana a los cuatro años, donde aprendí a cultivar la pintura, la música y la literatura, enamorándome de dichas formas de manifestar el poder de creación del que gozamos como especie. Creo en el misticismo religioso y en la transmutación del dolor a través de la fe, ciega de preferencia. Soy hombre casado y de familia, siervo de Dios. El 95% de mis amigos son caninos. Respirar y sentir que inhalo y exhalo junto con el mundo es mi idea de paz terrena. Practico —ya sea dormido o despierto— el jazz y el ensueño.

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Desciende la verdad, aplastante y sobrenatural, sobre todos los hijos de Dios y las criaturas que habitan la tierra.
Pero a nosotros los humanos, nos abrasa un fuego espiritual que se adapta a nuestras necesidades de conciencia; y así aquel fuego puede ser tanto cálido, como sórdido y fatuo, o quemar como torva un corazón y ser la llama apenas una vaga ilusión, de aquellos "te amo" que de pequeños no escuchamos, ya que el ser más amado, no estaba debidamente cobijado.
Siendo un polvo de estrellas, una luz con cadenas, que camina sembrando lo que trae en la pena, en la mirada y vibrante, deja estela en cada acción y reacción, agravamos al tiempo que nos ha sido dado, deteniéndonos poco a dar infusión, a la guía piadosísima de la tierra y del sol, de los padres e hijos que nos dan emoción, triste o sana, buena o mala;  si es que acaso paramos, en alguna ocasión ¿cómo es que no sea la mayor obsesión, rendir gloria a la fuente, donde brota el insondable misterio que es jardín para ti, para mí, para el ángel y aquella mítica planta eterna, donde es fruto la vida?
Una sombra menguante ensoberbecida acechante delira, embrutece a las tripas y tropas, que trompadas y moscas atraen sobre sí, porque eligen mermar a lo natural, y secar las macetas de la casa propia, prevaricando en el templo del espacio personal, ofendiendo a uno mismo y por ende al hermano, a la madre, y al padre celoso que conserva prendida, una vela en lo alto de lo corrompido, sirviendo de faro que anuncia esperanza, compartida entre todos los entes celestes, telúricos y verdaderos.
¡Eres verdad, hermano de paz! ¡eres luz y agua, en sublimidad!
Si tus manos no pintan, o tus ojos no ven, el color en racimos aún microtonales, hace de ti una obra, digna de nombrarse milagro; ya sea que llores o rías, corazón contrito o acongojado, labios dulces o ensimismados, vocación fiel o fría, redención trabajada, o desechada; la misión acaecida, indeleble es al alma, y es allí que encontramos, la verdad hecha carne, en misterio aparente, ofrendada sin coste, preciosa con tan solo abandonarse, siendo así la marea, que a la luna protege, y procrea con creces: peces, preces, pertinentes virtudes, y prudentes valientes.
No te hagas engañar, ni con suertes andar, un camino ya escrito, busca hacerte crecer, en sintonía ascendente, cual sinfonía sonriente, triunfante, jala al tiempo que vives y al espacio que ocupas, como estrella gigante o galaxia inmaculada, sin pedir que le entiendas o expliques el big bang o el derive, del espacio exterior, y del magma interior.
¡El amor es el centro, de todo el universo!
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