Que alguien te haga sentir cosas sin ponerte un dedo encima, eso es admirable.
Mario Benedetti
Para un escritor puedes ser a la vez tan breve como un suspiro, y tan sempiterna como todo eso que le provocas; comienzas pareciéndote a una musa, y terminas siendo como un ángel que supo enamorarse y no se ha arrepentido, o como un demonio que sonríe y propaga su infierno distraídamente. Pero como sea, te haces artífice de su sangre convirtiéndosele en tinta y de la piel que va dejando en el papel. Cada paso tuyo se parece a ese tránsito continuo entre lo que una vez fue historia y poco a poco va volviéndose leyenda.
Tal vez al principio no te sea fácil entenderlo. Quizá lo primero que hagas sea ir a buscarte entre sus letras, y pase algo de tiempo antes de que logres encontrarte; podrías estar allí, en un montón de girasoles abriéndose en el amanecer de una historia que ocurre cuando ni siquiera habías nacido, o en el último verso de un poema que habla de un tiempo que dejó de buscar su lugar. Podrías encontrarte en algo que le dijiste casualmente alguna vez, o en todos esos diálogos que sabes que en realidad nunca ocurrieron. Podrías ver a ese pequeño búho que siempre llevas colgando en el cuello de una desconocida, o leer sobre alguien que sí se come las orillas de la pizza pero que también detesta las películas de miedo. Quizá en algún relato aparezcan personajes que definitivamente no son tú, pero que se ríen y se muerden el labio justo como tú lo haces; hechos que transcurren en las calles de una ciudad a la que todavía no fueron, o fantasías sobre un lugar imaginario que se parece demasiado a tu habitación.
Estarás lo mismo entera que en fragmentos; podrá dedicarte la vida, o sólo unos minutos al día, pero ineluctablemente algo de ti se colará en lo que escribe. Probablemente nunca lo sabrás a ciencia cierta, pero ten la seguridad de que jamás podrás borrarlo. Si un escritor se enamora de ti, nunca morirás del todo.