Se despidió de nosotros diciembre y regresó enero junto con un nuevo año a sus espaldas. Siempre sucede así. Vuelven también las clases de los más pequeños, los no tan pequeños, los jóvenes y de los no tan jóvenes; los profesores regresan a sus aulas y regresan las tareas, las horas de lectura en la biblioteca de la universidad, las charlas de pasillo entre aula y aula, exámenes y entregas de nuevos trabajos finales, que a lo único que me ponen fin es a la paciencia y angustia del estudiante; vuelven las cosas que algún día se fueron: la sonrisa de mi niño roto, la ardua carga laboral, el gato que rescaté una tarde de febrero y escapó en diciembre por la noche; volvió el invierno que hacía falta en esos días sofocantes de verano y con él, pronto las lluvias de febrero.
Todo vuelve. Todo regresa.
Volvieron las letras de Heber, después de un largo período de ausencia, y espero que las mías también. Volvieron esos anónimos que tanto joden por las redes, llenos de envidias y odios que sólo ellos conocen y volvieron las ganas renovadas de las personas que se propusieron hacer algo en este nuevo año.
Al parecer todo vuelve, excepto tú.
Tú no has vuelto. Sigues perdida en algún lugar del mundo. Te fuiste con los años pasados y te llevaste mis labios, mis latidos y dos libros; volaste libre como el viento y te desvaneciste en la inmensidad del gris manto celestial.
Todo vuelve: la tristeza, los insomnios, el alcohol y el tabaco como remedio diurno para soportar tu partida, los antidepresivos para mantenerme de pie, los días fúnebres y melancólicos, las canciones de Sabina, Marwan, Diego Ojeda, los recuerdos de un pasado que nunca supe conjugar, las lágrimas sientes, los verbos del lenguaje de nuestra piel, las sábanas frías, las madrugadas ausentes.
Al parecer, todo vuelve. Todo vuelve menos tú.
Joel Estrada