Se llama Pamela pero yo le digo Bella,
por la Bella y la Bestia,
por Bella Swan,
por bella,
como lo define el adjetivo,
deslumbra hermosura,
felicidad y pasión.
Es mi hermana,
a veces más dolor de cabeza que tranquilidad,
pero, ¿qué se le puede hacer a un vorágine que va a doscientos kilómetros por hora y quiere destruir hogares con un par de ojos miel?
Podría mirarte y hacerte dudar de toda tu existencia,
callarte en un santiamén,
sabe cuáles son las palabras exactas para que no vuelvas a creer en los dioses paganos y te conviertas en ateo,
y la única religión que quieras practicar sea
Pamela,
para proclamarte pameliano,
decir pamelas antes de comer, rezar o respirar,
y que el dogma inquebrantable sea su sonrisa,
haciéndote virar 180° en una espiral sin fondo,
porque así es ella:
impredecible,
renuente,
caótica,
perversa,
y misteriosa.
Pero les aseguro una cosa,
como ella no hay dos en mil millones,
ni en veinte estaciones,
y que lo único que quema cuando es invierno
son sus pestañas disipando los días grises
porque con ella todo es de colores:
marrones,
azules,
amarillos,
todos vivos,
como yo cuando estoy a su lado,
me siento viva.
Pamela,
tengo que decirte esto de alguna forma
y no encuentro otra que no sea escribiendo:
que si no fuéramos hermanas de sangre,
te lo aseguro, hermana,
lo seríamos de almas.
Paulina Mora