Si tu lugar favorito no lleva su nombre, no es ella. Si su sonrisa no te hace cosquillas en el cielo de la boca, no es ella. No es ella si en su ausencia no te sientes como si faltaras tú y en su presencia no te sientes como si te sobrara el resto.
Si dudas, no es ella. Tampoco es ella si no hay un idioma tras cada caricia o si un beso no significa otro beso y otro beso no significa el siguiente. Si en el primer roce tu piel no se eriza como si te trajera el invierno y en el segundo sus dedos no te prometen el verano, olvídate. Olvídate si no es la culpable del cambio climático. O de que no te hayas enterado de la trama de la película.
Si no te duele, no es ella. Doler como una patada en los huevos. Como un punzón el pecho. Un dolor inclasificable que, a la vez, sólo ella sea capaz de calmar. Porque ella debe ser el veneno pero también el antídoto. Si el futuro no tiene sus ojos, sigue tu camino. Si el destino no para el reloj, tuerce a la derecha. No te detengas si el corazón no te suena como una caja de música. Porque no puede ser ella si la canción no se te pega a la lengua, o si la lengua no se te traba en su nombre, o si su nombre no te encadena a la vida.
Si no te hace suspirar hasta que el aire que te falta le sobre entre los labios, ignórala. Sigue adelante si no te atraviesa como un rayo en plena calle. No mires atrás si no te moja la sed como una tormenta inesperada. Si en la palabra «postre» no se dibuja su silueta, no es tu hambre. No te conformes si no hay magia. Si al acariciarla no te cumple los tres deseos a la vez, si no sientes la nostalgia a tres metros de distancia. Si al echarla de menos no te añoras a ti mismo, no, no es ella.
Porque si te quedas con cualquier ella que te encuentres, porque le temes a la soledad, o a los silencios; porque necesitas follar o un «buenos días»; porque no sabes volar sin empujones, ni te sabes querer si no te quieren, no sólo habrás perdido la oportunidad de conocerla, es que ni siquiera a tu yo de verdad habrás conocido.