Con tu mirada me acaricias y los monstruos de mi alma desaparecen, cuando te miro siento el universo dentro de mí.
Soy un cobarde desenfrenado, pero lucharía contra mil legiones de demonios con tal de ver una sonrisa en tu rostro.
Callo a gritos el fuego que arde dentro de mí, a menudo soy un tonto idílico que pretende ser tu poeta.
Y si me hace falta la vida, que no me falte tu voz.
Si el huracán me lanza a kilómetros de distancia no sueltes mi mano.
Me descubro pensándote a cada segundo, cálida y fosforescente, hermosa y salvaje.
Dame una hoja de papel y, si me lo permites, escribiré el prólogo de nuestra historia.
Confieso que he negociado pedazos de mi alma con los dioses, a cambio, quiero tener cada mañana esa mirada que somete a los demonios que habitan en mí…
Vuelvo siempre a ser ese hombre primitivo que, con un pensamiento enmarañado, dice que te ama.
Ven y, sin importar nada, gritemos que somos los reyes del universo, que somos nuestro presente y nuestro futuro.
Soy tu mirada y tú eres una diosa.
Mírame, no dejes de hacerlo; me perderé locamente en tus ojos y verteré mi alma en ti.
Mírate, ni la luz puede escaparse, pues después de tu mirada no hay vuelta atrás,
Solo existes tú…
¡Joder! Benditos ojos, me atraparon para siempre.