Diálogo táctil, reciprocidad entre lo que toca y lo que es tocado. Mi mano avanza hacia lo que me toca. Por ejemplo, cuando tú te duermes y tu abandono me toca, poso mi mano sobre tu seno. Siempre me sorprende constatar que a pesar de tu respiración (que ya es movimiento), mis propios dedos se olviden poco a poco si se quedan quietos. Entonces los desplazo un poco, apenas, para no despertarte, para que mi sensación permanezca viva, y eso se llama una caricia. No se toca nada que no esté en movimiento.
Traduciré esta pequeña experiencia en términos de método: adelanto algunas palabras hacia lo que me toca. Y constato que pese a sus respectivos significados, y sus diferencias, las palabras se olvidan poco a poco si se quedan quietas. Entonces las muevo un poco para que mi pensamiento permanezca vivo, y eso se llama frase. No se escribe nada que no esté en movimiento. Si solo quisiera tomar, no comprendería nada. Tomar es inmovilizar, inmovilizar es no comprender. Entonces debo aprender a tomar solo de paso, al vuelo, y tener como único tesoro los jirones de movimiento, los drapeados o las “estelas” de mis propias sensaciones.
Por cierto, es preciso dar forma, y sin cesar. Hacer existir lo que hace sino pasar. Inscribir la vislumbre. Pero no tener nada quieto, para que la caricia no se fije, para que la palabra no devenga consigna y la firma, fetiche. Por lo tanto, dar enseguida otra forma, una forma nueva. Y asumir que cada forma (una frase impresa, un libro, son formas) sea transitoria, que se desplace sin cesar sobre el cuerpo del mundo, como una caricia.
De Vislumbres. Editorial Shangrila
Traducción: Mariel Manrique y Hernán Marturet
Sobre el autor

Georges Didi-Huberman, nacido en Saint-Étienne en 1953, es un historiador del arte y ensayista francés.