Debía de ser trece aquel viernes de octubre en que las calles eran espejos de lluvia y frío. Un día de lluvia, quién lo diría, como si la muerte hubiese decorado las calles. Te llevaba en mi cartera, dentro de una fotografía que rescaté del último incendio de mi olvido. La gente corría espantada, aún sin ser consciente de que todo el temporal había sido tu culpa. No les dije que esa era tu forma de dolerme, de hacerte presente en esta ciudad embrujada, de sellar tu ausencia con un hechizo de espantar a todos porque a ti siempre te gustó ser la protagonista de las tormentas. ¿Sigues teniéndole miedo a las tarántulas o de eso también te olvidaste? ¿Qué tal tu claustrofobia a los seis metros cuadrados de mi cuarto? La luz…, cómo explicarte… la luz no ha podido olvidarte tampoco y así sin que no estés sigue proyectando tu sombra en las paredes. Los libros de magia con tu nombre están llenos de polvo y telarañas; la última vez que los sacudí, terminé en coma durante meses. No sé si quererte, pero echarte de menos sí que es correr demasiado riesgo. Y así, sin poder recordarte del todo, así con tu foto en mi bolsillo, así con tu risa sonando de fondo, te confieso que el único motivo por el que resisto es por la esperanza de verte algún día, vestida de negro o de vida, para desvestirte con mis manos o mi boca. Para que tu lengua y la mía bailen al sinfín de esa nota aguda a la que suena el infinito; para que tus caderas le den vida a las flores muertas de las macetas; para que tus piernas se crucen con las mías en el sueño noctámbulo de la gloria. Yo vivo todavía, por si acaso. Vivo por si quieres matarme asfixiándome entre tus piernas, vistiendo de sábanas los cuerpos de todas las mujeres que fuiste conmigo, de ninguna mujer que se quedó a mi lado. Vivo por si te es insuficiente el sudor y quieras mi saliva en los bordes de tu entrepierna. Te recuerdo de tantas formas, tu tararear ausente cuando estabas triste, tu fumar tabaco en la terraza, tu bailar formando círculos sentada sobre mi cuerpo. Te recuerdo de tantas formas, sin poder recordarte por completo. Y aunque te dediques a perseguir sueños que no conocen ni tu nombre, aunque me quieras olvidar bajo la sombra de cualquiera, aunque beses otras bocas y otros horizontes te prometan futuros de playas, quiero que sepas, querida mía, querida de nadie, que soy el único hombre que se conoce todos tus misterios y secretos y que sigue creyendo, pese a eso, que eres lo mejor que le ha pasado a esta ciudad de ruinas y escarcha. Clava el puñal en estos huesos, ya no profanes tumbas de recuerdos; vente con todas las heridas que te hiciste por jugar a la ruleta rusa con la tristeza; ven cargada de inseguridades, ven con tus complejos, con tus miedos, ven con tus oscuridades tormentosas, con tus silencios pestilentes de tierra removida. Ven. Aquí los dos nos resguardaremos de la tormenta. Será cruel y sucio, como la vida misma. Pero también real y vivo, como ese cielo con el que sueña la muerte.
Dashten Geriott