Nunca había oído hablar de T. S. Eliot. Pensaba que sería algún pariente de George Eliot. La bibliotecaria me contó que era un poeta norteamericano que pasó casi toda su vida en Inglaterra. Murió en 1964 y había ganado el premio Nobel.
No leía poesía porque mi objetivo era abrirme paso a través de la literatura inglesa de la A a la Z. Pero aquello era diferente…
Leí: «Este es un momento / pero has de saber que otro / te atravesará con una repentina alegría dolorosa».
Empecé a llorar.
Los lectores me miraron con reprobación, y la bibliotecaria me recriminó, porque en aquella época no podías ni estornudar en una biblioteca y mucho menos lloriquear. Por eso me llevé el libro fuera y lo leí de un tirón, sentada en las escaleras en medio del típico vendaval del norte.
Aquella obra hermosa y extraña hizo soportable aquel día, me ayudó a soportar la idea de otra familia fracasada. La primera vez no había sido culpa mía, pero todos los niños adoptados se culpan a sí mismos. La segunda fue por mi culpa, sin lugar a dudas.
No tenía a nadie que me ayudara, pero T. S. Eliot me ayudó.
Por eso cuando la gente dice que la poesía es un lujo, o una opción, o para las clases medias cultas, o que no se debería leer en el colegio porque es irrelevante, o cualquiera de esas extrañas tonterías que se dicen sobre la poesía y el lugar que ocupa en nuestras vidas, sospecho que a la gente que las dice le ha ido bastante bien. Una vida dura necesita un lenguaje duro, y eso es la poesía. Eso es lo que nos ofrece la literatura: un idioma suficientemente poderoso para contar cómo son las cosas.
No es un lugar donde esconderse. Es un lugar donde encontrar.
De ¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?
Lumen. Barcelona, 2012. Traducción del inglés de Álvaro Abella Villar
Sobre la autora

Jeanette Winterson, OBE es una escritora inglesa, cuyas obras se pueden situar dentro del ámbito posmodernista.