(Ll)ámame.
Pedazos de jirones de la misma tela,
condenados a completar el estampado el uno del otro,
igual que la tormenta y la lluvia,
igual que las olas y altamar,
igual que el fuego y esta bendita hoguera.
Tú, el huracán; yo, la calma que le precede;
destrozas toda paz con tu distancia
y mis manos se muerden por quitarte los buenos modales.
Llámame, dime que me deseas,
que tus piernas llueven sólo de imaginar mi sonrisa entre ellas,
que al amanecer no serás otro recuerdo más,
que por fin mi cama dejará de ser la Antártida en la que cada noche muero sin consuelo alguno.
Llámame, dime que nuestro camino apenas comienza,
que anhelas que desate tus deseos más perversos,
que el mundo girará al compás de nuestros besos,
que juntos escribiremos el mejor final para esta historia.
Sin seguro de vida,
conducimos por la carretera de un amor desenfrenado,
con el pie pegado al acelerador
y la mirada en un sólo objetivo:
ser esa pareja interminable de la que hablan las canciones.
Somos dos partículas investidas esperando colisionar,
viajando a la velocidad de la soledad,
con el pensamiento en un sólo objetivo:
ser big bang, crear nuestro universo.
Llámame, búscame, bésame, quédate.
Llámame, dime que la melancolía te pesa cuando no soy yo quien la escribe,
que la poesía nace cuando eres tú quien la recita,
que nuestro amor puede ser más que cuatro letras,
que podemos ser más que una ilusión.
Llámame, dime que buscas mi nombre entre tus sábanas cada amanecer,
que mis manos son la horma de tu cintura,
que mueres por probar mis labios y robarles hasta el último suspiro.
Háblame, hállame, tócame, mátame.
Llámame, amor.
Por favor, (ll)ámame.