Llegamos a casa con el peso de doscientos soldados desvanecidos en el campo de guerra,
con el corazón desgarrado de tantas lágrimas,
y sin ti acompañándonos en la entrada.
Entramos a donde fue tu espacio, y ahí están:
tus dos costales de comida esperándote,
creyendo que la fecha de vencimiento no duraría más que tú,
con tus peluches deseando tus mordidas,
y nosotros aquí simplemente existiendo,
con las llaves balanceándose en nuestras manos
y las miradas vacías.
¿Dónde estás?
¿A dónde fuiste?
¿Qué hacemos sin ti?
Y pienso en todas esas cosas normales que tenemos que seguir haciendo,
lavarnos los dientes,
hacer la comida,
ir al súper,
dormir,
bañarnos,
ir a trabajar,
tenemos que hacer todas esas cosas cotidianas,
pero ahora sin ti,
¿cómo se puede seguir existiendo sin razones?
¿cómo podemos vivir sin tu eterna compañía?
Pienso en ti, y no puedo dejar de llorar pensando en tu muerte, y tampoco puedo evitar decir que te dimos la mejor vida que alguien pudo ofrecerte, te entregamos todo el amor que te mereces, y que estaremos aquí, en la puerta de la casa, en el rincón de la cama, en nuestras piernas, en todos esos pequeños lugares que hiciste tuyos; estaremos aferrándonos a la idea de que no te fuiste porque nos dejaste una marca en el corazón que ni el tiempo, ni la distancia, ni tu ausencia podrán borrar
jamás.