Para ella [la mujer de Lot, el personaje bíblico] era imposible romper con su vida anterior: su casa, su memoria, su tierra. Y por eso incumplió el mandato de los ángeles. No pudo contenerse: volvió la vista atrás y al instante fue convertida en estatua de sal. Pero ese es el destino de los poetas: convertirse en estatuas de sal porque son los únicos que se atreven a mirar atrás para conservar el recuerdo de lo que va a ser destruido. Es más, escribir poemas significa convertirse en estatua de sal. Y todo poeta verdadero sabe que tarde o temprano tendrá que aceptar el destino de la mujer de Lot. Es su maldición y también su bendición. O la acepta o no escribirá jamás un buen poema. Un poeta está obligado a mirar atrás. Mientras los demás ciudadanos solo quieren huir o mirar hacia delante, el poeta tiene que mirar atrás”.
Eduardo Jordá, Anna Ajmátova. Bajo el muro rojo y ciego
El alcance –enunciado por la voz de la poeta que el autor trabajó en su biografía– se desarrolla a partir de «La esposa de Lot», de Anno domini MCMXXI:
La esposa de Lot miró hacia atrás Y quedó convertida en estatua de sal. Génesis
Iba piadoso tras el enviado de Dios, inmenso y luminoso por la oscura montaña. Pero fuertemente dijo la angustia a la esposa: No es tarde, aún puedes ver las hermosas torres de la Sodoma natal, la plaza donde cantaste, el palacio donde hilaste, las ventanas vacías de la casa grande, donde le diste hijos al esposo amado. Miró y, cercados por el dolor mortal, sus ojos no vieron más; y su cuerpo se hizo sal cristalina, y sus piernas ligeras se adhirieron a la tierra. ¿Quién llorará a esta mujer? ¿Creería ser la menor pérdida? Solo mi corazón no olvidará nunca la vida entregada por una mirada.
Anna Ajmátova, poema antologado en Soy vuestra voz.
Traducción de Belén Ojeda