ELLA
Hola.
¿Cuánta sedoanalgesia necesito para que no me duela tu nombre? Al terminar de escribir esto, he encontrado una carta de hace meses donde todo me dolía, y quizás dije cosas que, de otra forma, no hubiese dicho. Me di miedo. No la envié. Ha pasado mucho tiempo que ya no me pica tanto la pancita y el corazón no se llena de dolor, y puedo respirar sin tanta dificultad, y puedo decirlo mejor. Han pasado muchas cosas y han llovido tantos días en un año. No sé hacer poesía sin decir tu nombre y es por eso que he dejado de hacerla. Tengo un playlist de todas tus canciones y no lo escucho hace meses. No como chocolates por no recordarte y lo único que sigo haciendo es el café, porque al menos eso no fue exclusivamente nuestro.
Hace justo un año hacíamos muchas cosas por primera vez y nos perdimos en una misma ciudad, enorme, entre museos y patos, hacíamos lo posible por encontrarnos; ahora también estamos en un mismo lugar, pero tan pequeñito, lleno de sol y cielos azules, no te encuentro porque ni siquiera salgo a buscarte. Los eventos pasados que no espero enumerar porque un dolor abdominal agudo me llega a las tripas, que ni toda la anestesia que me dabas ayudaría a calmar si te digo que pienso en ti y los dedos de mis manos se estremecen como si mil agujas se enterraran en los nudillos, y el dolor abdominal crece y sube por el diafragma hasta mi tórax que alguna vez fue tu casa, y el pericardio que solías abrazar.
Querer y amar está mal cuando pienso en todo lo dañado, todo lo roto y las incisiones profundas con exposición prolongada, apretando el corazón hasta causarle isquemia, y ¿sabes? Pese a todo vive la esperanza de saber que quise como no quise antes, y lloré también como no lo había hecho; y el miedo de las primeras veces no era miedo porque tú estabas conmigo.
Aún me queda la capacidad de sentir. Tú no lo sentiste, pero me duelen las articulaciones y cierro los ojitos en espera de que se calme la sensación de muerte inminente pese a mi umbral de dolor tan alto. Nunca había sido capaz de tanto, y nunca me di cuenta de que estaba todo tan mal. Pero es que el amor es otra cosa. Valientemente alguna vez tomé todo mi peso en oxígeno y decidí que ahí no estaba bien, y que algo estábamos haciendo mal —yo, sobre todas las cosas—; pero al voltear, hacía mucho que te habías ido y me quedé con una herida profunda en el costado. No sé escribir sin pensar en medicina, seguro puedes disculparme por eso. Soy médico, no poeta. No sé decir tu nombre sin temblar, y es por eso que no lo pronuncio ni para mis adentros.
Gracias por los abrazos a media luz, las cosquillas, las historias bélicas, los viajes astrales y el «te quiero» que se escuchaba muy rápido. Yo también te quiero, quién sabe. El amor sigue siendo otra cosa. Sabe a alguna tarde compartida escuchando música y cantando en voz bajita mientras dibujaba en el suelo y tú jugabas videojuegos raros, o a quedarme dormida mientras intentábamos ver alguna peli de cine de culto, y tú te dabas por vencido y me arropabas con la manta de estrellas que brillaba en la oscuridad. Te traje algo, café con leche. Palomitas, el súper y las duchas.
La analgesia no ha sido suficiente. Me ha tomado un par de meses, claro que sí, y no quiero entrar en detalles sino decir que te quise más de las probabilidades catastróficas y sin límite de tiempo. Ala. Quizás sí me duele el corazón y me pica la pancita, y sigo sin saber decir tu nombre y no temblar. Nada, pese a todo creo que aún quedan razones para hablar de ti sin mencionar la forma amortiguadora de tus abrazos, y el bien que me hacías con sólo existir. Pocas las personas que desprenden tanta magia, y no lo saben: tú.
Estoy experimentando la forma crónica de un corazón roto que cree que no podrá volver a funcionar con nadie más que como lo hizo contigo, y ojalá que sea así porque lo hice fuerte, y lo hice mal. Ya no quiero repetir la herida. Quiero una cicatriz orgullosa de llevar tu nombre. Qué bien funcionas como recuerdo. Perdona que me haya tomado tanto hablarlo. Hubiera desbordado lágrimas infinitas y prosa sin filtro. Veinte años después vivirás escondido en un verso mejor redactado, y nadie sabrá que es por ti. No pasa nada, seguiré diciendo; todo lo demás seguirá guardado entre el mediastino y el alma hasta que encuentre el momento de volverlo letras, aire u olvido, y la vida seguirá pasando y en algún momento tendré la suficiente paz emocional para sonreír y decir tu nombre en voz alta, que todo está bien y que es cierto que no pasa nada.
No hay más, aún sólo tu nombre que no he de pronunciar. Necesito más analgesia, menos sedación. Ya duele menos, pero todavía.
Clara.
ÉL
Hola, Clara:
A diferencia de ti, a mí no me duele escribir tu nombre. No es que te haya querido menos, no es que me haya sido más fácil. A veces simplemente estas cosas se dan y no hay explicaciones. Tú tienes el umbral del dolor más alto; yo tengo el tope de resignación más bajo. Supongo que eso me ha permitido desprenderme con menos trámite de aquello que ya me había soltado, y no estoy hablando de ti, sino de la vida que alguna vez tuve contigo, de esa vida que alguna vez fue nuestra. Cuando ves lo alto que queda la salida, se te quitan las ganas de tener alas, y te dejas caer, bien para morir o bien para comenzar de cero… adivina cuál es mi situación ahora.
Ojalá hubiera sido más fácil, pero el tiempo me ha enseñado que nunca fui consciente del todo de cuánto iba a echarte de menos cuando decidí alejarme. Y tampoco, aun ahora, entiendo por qué decidí hacerlo. ¿Sabes qué significa? Que muy probablemente esas razones que tuve ni siquiera fueron tan importantes, y eso no hace más que empeorar las cosas. No eres la única a la que le dolieron los días de ausencia, no eres la única que decidió dejar de escuchar ciertas canciones, no eres la única que vio lluvia en cielos despejados y, aun con paraguas, terminó empapada.
También vi mi vida arrastrarse por los riachuelos que formaba el agua por el asfalto, mientras me dedicaba a buscarte en los lugares que alguna vez fueron escenarios de nuestra historia. Supe que te mudaste. Supe que cambiaste de número. Supe que quisiste olvidarme, pero al terminar de leer tu carta también comprendí que nunca me dejaste ir del todo. ¿Cuánto tiempo pasó para que decidieras escribirme? Recibí tu carta hace un par de meses, pero sólo ahora me animo a responderte. Ocho semanas de preguntas huérfanas de respuestas, más de sesenta días de ojalás que nunca se cumplieron. Y me doliste en cada uno de ellos.
Pero cuántos silencios se acumulan en dos meses, cuántas palabras se pierden por no tener la suficiente valentía de escribirlas, aunque sea para uno mismo, aunque sea para recordar que quedó algo pendiente, un tema sin zanjar, un traspié sin superar… Ahora, lo admito, me gustaría saber qué cosas te guardaste, por qué no las dijiste, por qué preferiste verme lejos, atormentándome con la idea de que irme de tu vida era lo mejor que podría pasarnos. No lo entiendo, pero ayúdame a hacerlo, aunque sea para cerrar del todo esta etapa y hacerme a la idea de que a partir de ahora no habrá más posdatas entre nosotros. Porque has de saber que los escritores también necesitamos de primeros auxilios poéticos, y siempre supe de ti que, contrario a lo que tú misma pensabas, en ti había más poesía que medicina, así que nunca fue cuestión de entenderte, sino de aceptarte y, en cierta medida, de necesitarte. Y en el fondo, Clara, nunca dejé de hacerlo. Te quise como sólo puede querer alguien que apenas está comenzando a coleccionar primeras veces.
Será por eso que dos meses no me han bastado, será por eso que, aunque no me duela decir tu nombre, me estoy replanteando las cosas, justo ahora que acabo de leer tu carta. Finalmente te has animado a escribirme. Y no sé si es bueno o malo, pero que sepas que en el fondo me da gusto tener algo de inolvidable. Durante este tiempo pensé que no querías saber nada de mí y ahora, me conozco, voy a ser yo el que no deje de pensarte. ¿Era lo que buscabas? ¿Querías asegurarte de que no te he olvidado?
Porque soy alguien que contigo coleccionó primeras veces, pero hay algo que nunca podré hacer por primera vez contigo, y es olvidar, abandonar esa esperanza obcecada de un mañana a tu lado, aun si sólo se trata de una circunstancia casual y pasajera, aun si se trata de un instante tras el cual volveré a integrarme a una realidad de la que no quiero formar parte, porque tú no estás en ella.
Perdóname. A veces olvido que también te duelo. Pero has de saber que para estos casos lo único que nos puede brindar una dosis de alivio es la poesía, pues la medicina no surte ningún efecto, porque los sedantes no son efectivos contra el ataque de los recuerdos, porque los analgésicos no saben aliviarte cuando alguien te duele. Y lo sabes. Lo has sabido siempre, así como yo he sabido que en cuanto pusiera en marcha mi intención de irme, se quedarían contigo todas mis posibilidades no concretadas, mis videojuegos a medio terminar, mis canciones sin dedicar, esa vida de película que jamás llegó a estrenarse. Lo supe y aun así me fui, por cobarde, por valiente, por testarudo o por alarde. Pero me fui porque uno siente esa necesidad de aislarse cuando el mundo que creía conocer de pronto desaparece, porque al tocarte no eras la misma, porque cada vez te vi más lejos, inalcanzable, como una estrella que se dejó cegar por su propio brillo.
Supongo que darte explicaciones, a estas alturas, resulta inútil. Sólo diré que no me ha ido mal, y en esos momentos cuando todo estaba saliendo mejor de lo que esperaba, deseé tenerte para compartir contigo todo lo que estaba consiguiendo. Y ese deseo aún permanece, no voy a mentirte, pero también es un deseo que cada vez se queda sin argumentos, porque las cosas que hicimos ya nunca podremos deshacerlas, y lo mismo con las que no. Si funciono bien como recuerdo, algo me dice que funcionaré mejor como olvido. Así que, dentro de todo, procura hacerlo: olvídame. No me permitas volver a ti veinte años después en forma de verso. Encárgate de conseguir esa primera vez que yo jamás podré tener para mí. Si es que con eso mi nombre deja de dolerte; si es que con eso, por lo menos, dejas de sentir que se te va la vida en cada suspiro al recordarme. Seré una huella imborrable e incolora, seré esa razón por la que llegaste a amar el solo hecho de existir, aunque sea un instante, el instante que duró lo nuestro y ese futuro con el que soñamos: otra película que jamás llegará a estrenarse.
Con cariño: Heber.