Siempre me he sentido profundamente fascinado por la figura de Carlo Michelstaedter. Yo creo que Michelstaedter, con el tema de la persuasión, de nuestra dificultad de vivir verdaderamente la única vida que tenemos, el presente, porque el futuro no existe —sí existe, pero siempre es futuro—, logró aferrar un tema fundamental de la vida, en particular de la vida contemporánea: la velocidad con la que se mueve el presente cada día es mayor. Cada vez más hacia adelante, cada vez más veloces. Una creciente incapacidad de vivir verdaderamente. En una ocasión hablé con Biagio Marin, un poeta que había conocido a Michelstaedter de joven y que era amigo mío. Se acaba de publicar el epistolario que comencé con este viejo poeta cuando yo tenía diecisiete años y que prosiguió durante muchos años más. Me habló de un amigo de Michelstaedter bastante extraño que siempre andaba descalzo y que hablaba en griego antiguo como si fuese su lengua materna y que un buen día se marchó a la Patagonia, sin una meta precisa. En ese momento pensé que ese era un destino que me interesaba. Pasó el tiempo sin que sucediera nada, hasta que un día leí en un libro sobre Michelstaedter, escrito por un excelente estudioso, que reportaba la fecha de la muerte de Enrico Mreule como sucedida treinta años antes, aun si hubiera resultado muy fácil saber cuándo había muerto en realidad. Entonces descubrir que él realmente había logrado desaparecer, que había logrado no existir para los otros, ser un muerto, me impulsó a seguir sus huellas. El momento fundamental fue cuando él, luego de estar muchos años en la Patagonia, arreando manadas de bueyes y de vacas, llevando a sus clásicos griegos bajo el poncho para leerlos en la noche al cobijo de su barraca, regresó a Europa, a Salvore, un lugar magnífico del mar Adriático donde había vivido de muy joven. Localicé la casa donde vivió y la dueña, que se acordaba de él, me mostró su viejo baúl, un baúl que había atravesado dos veces el océano, hacia la Patagonia y luego de regreso. Abrí ese baúl que parecía el de Billy Bones de La isla del tesoro y adentro encontré una silla de montar, una cítara, unos libritos de clásicos griegos un poco enmohecidos. No era información, pero sosteniéndolos en la mano en ese momento, tal como él los había sostenido, escuchando el rumor del viento y del mar de esa noche, fue como si hubiese encontrado el ritmo de Otro mar.
Extracto de La memoria es la salvación de la vida. Entrevista a Claudio Magris. Alejandro García Abreu.
Foto: Alejandro García Abreu