Sinopsis

Si bien el mundo se encarga de llenarnos de fisuras, romperse es, de entre todas las metáforas con las que relacionamos la vida, la que más se parece al momento cuando se debe dejar a alguien o, mejor dicho, al hecho de que si alguien nos deja, nunca es con saldo blanco; siempre hay destrozos, cristales rotos y grietas. Si la herida logra cerrarse, la cicatriz queda como el recordatorio de haberlo intentado, de que se pudo sanar. Si no cierra, aprendemos a caminar con las heridas abiertas y a respirar a través de ellas, a tocarlas sin volver a sangrar.

El arte del Kintsugi plantea que las fracturas forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en lugar de ocultarlas, porque así, al exhibir su transformación, las cicatrices también embellecerán al objeto.

Al leer este libro te das cuenta que es el manifiesto de alguien que está tremendamente roto, es acompañar al autor por una tristeza que no aplasta pero sí golpea en lo más profundo de los recuerdos, es derrumbarse con él y sentir cómo después de un par de textos, las grietas van llenándose con sus letras. Kintsugi es ese baño de resina espolvoreada con oro que nos ayuda a reparar los daños, porque la realidad es que todos estamos rotos; no podemos evitar el dolor, pero sí aprender a vivir con él. Cuando todo se caiga, nos quedarán estos textos.