Echaba de menos tus manos entre las mías, tus ojos alegres alumbrando las mañanas luego de haber vivido en las tinieblas de la noche. Echaba de menos verte desnuda, delante del espejo, vistiendo piel y deseo, rasgos y esas curvas aterciopeladas y amenazantes que invitaban a perder la línea recta de cualquier camino siempre que el accidente termine en tus piernas. Echaba de menos esta luna llena, esas estrellas solitarias y lejanas que me recuerdan cruelmente a las promesas que nunca llegué a cumplirte. Pasé varias noches deseando que no ocurriera, que al abrir las persianas la luz del día nunca me devolviera el espectáculo triste de una cama vacía; pasé noches interminables escribiendo otros finales como intentando escapar a este. Debes saber, querida, que lo que mata no es la tristeza, en realidad siempre es la esperanza. Pero suena tan mal que a nadie le da por decirlo porque todos de alguna manera, le tememos a la verdad, especialmente a aquella que escapa de nuestras manos. Mi verdad ahora es que te has ido, mi verdad es que esta casa es una cueva, una catedral de piedra y recuerdos en cuyo interior se desenvuelve este ser ordinario e incompleto, buscándote entre los pasillos porque no acepta que no estás. ¿Qué ha sido de tu vida tan lejos sea donde fuere que te encuentres? Me pregunto también si me echarás de menos, si acaso estás siendo feliz en los labios de otro, si has dejado de dormir sola o si por el contrario el amor se te ha vuelto una trinchera de lechos fríos, de fotografías quemadas, lienzos en blanco, soledades furtivas acampando en almohadas a las que nunca volviste a contar tus secretos. Me pregunto si echarás de menos mis lengua describiendo a detalle tu anatomía, si buscarás mi tacto con tus propias manos, en esas noches cuando te rindes y aceptas que en el fondo nunca vas a irte del todo. Que querrás regresar aunque sea para que el frío se quede tras la puerta y dentro de esta habitación cerrada pongamos de moda el verano entre las piernas. Pero te conozco y sé que volverás tarde o temprano como tantas otras veces cuando a tu orgullo le toca admitir que no tiene tanta fuerza como creía. Volverás rota y cansada, confundida como una niña asustada en mitad del bosque. Entonces te miraré, como el lobo que soy, y te guiaré de vuelta a casa donde como aquellas veces anteriores te devoraré el miedo, la inocencia y el remordimiento. Si preguntas por mis ojos tan grandes, te diré que son para ver mejor la nostalgia; si me preguntas por mis manos tan grandes, te diré que es para sujetar mejor el futuro; si preguntas por mis orejas tan grandes, te diré que es para oír mejor tus dudas; si me preguntas por mi nariz tan grande, te diré que es para rastrear mejor tus pasos. Comprenderás de ese modo que no existen las casualidades en los encuentros. Todo este tiempo he sido yo buscándote, dirigiendo tus pasos de vuelta, porque si bien es cierto que te has ido, la otra verdad que existe en esta historia es que cuando dos se echan de menos sin decírselo a la cara tarde o temprano volverán a tenerse y comprenderán que nunca debieron irse. Pero a quién vamos a engañar, querida. A nosotros siempre nos gustó complicarnos la vida. No viviremos felices para siempre, pero viviremos, que es lo mejor. Será increíble y a nadie más debería importarle.
Autor: Dashten Geriott