Sexta Fórmula

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El Lago Junto a la Casa – Mirza Mendoza

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Ansío su muerte desde el año pasado. El doctor me informa que ya nada más se puede hacer. Al escucharlo siento una leve satisfacción que recorre cada espacio de mi cuerpo. Por fin, me voy a deshacer de él.

Fuimos felices por muchos años. Las largas caminatas, tomados de la mano, al lado del lago que está junto a nuestra casa llenaban de júbilo mi corazón. Con los años, le afectaron muchas enfermedades; luego la angustia y posterior abandono paulatino del resto de la familia.

Estamos rodeados de montañas, alejados de la gente. Veo por mi ventana el lago, el paisaje me tranquiliza; no obstante, estoy cansada de malvivir los últimos meses. Me siento agotada de verlo sufrir y tratar de empatizar con su sufrimiento.

Por las noches me carcome la culpa; por las mañanas lo lleno de palabras amorosas, aunque hipócritas. Le digo al oído que deseo su pronta recuperación para irnos a pasear como antaño. La respuesta me la da la máquina que registra sus signos vitales, la cual traduce en el suave pitido el sentir de su fatigado corazón. Los días son interminables.

Mi alivio por la noticia del doctor dura poco. El tiempo pasa con cuentagotas, y él no muere. Espero impaciente el sonido que indique el final y que todo terminó. El sacerdote le da la extremaunción. Familiares me llaman por las tardes. Saben que vivir sola con una persona próxima a la muerte es muy valiente, mas no se animan a venir a ayudarme. Hay un trato de por medio. Recibiré un pago más que justo, el cual fue acordado tácitamente.

Él no aceptaba la comida desde antes de la visita del doctor. Controlo el medicamento y el alimento que entra a su cuerpo por una sonda. Sueño despierta en desconectarlo sin más; sin embargo, no soy una asesina. Paseo por la casa recogiendo mi propio desorden. De un momento a otro, suena el artefacto conectado a él. Mi deseo se realiza.

Voy a su cuarto para asegurarme de lo que la alarma anuncia. Lo toco y está frío. Recorro con la mirada su cuerpo entero. Sonrío. Ante el fallecimiento de mi abuelo, me sobreviene un ataque furioso de risa. ¡Por fin! Por fin se lo ha llevado la muerte. «Ya no lo tendré que bañar ni acicalar. No tendré que mantener con vida a un saco de pellejo arrugado», me digo.

Camino a la cocina para servirme una copa de vino. Me toca hacer muchas llamadas. Sigo riendo. ¿Esta casa será muy difícil de vender?, me pregunto. Termino mi copa y siento la imperiosa necesidad de salir de aquí. Empiezo con pasos vacilantes, luego apresuro la marcha y corro como nunca lo hice. «Tendré su herencia, su gran casa, mi recompensa por cuidarlo», es mi feliz conclusión. Me detengo frente al lago y puedo ver a algunas aves. Saco mis zapatos para meter los pies. Mi abuelo nunca me dejó hacerlo. Me hablaba siempre de maldiciones del lugar y que no debería tocar el agua. Ahora que está muerto me siento liberada. Tengo por delante el llevar a cabo las exequias; después debo encontrar un vendedor de bienes raíces. Me saco las medias y pienso en cómo recibiré a los familiares y el pésame. Ya lo estoy disfrutando. El contacto de mis pies con el agua me aparta de mis pensamientos. Burbujas se forman en la superficie. Me desconcierto y quiero salir de aquí. Es muy tarde, se asoma alguien, sus ojos conocidos se clavan en mí, y con sus vigorosos brazos, como cuando era joven, me jala con fuerza hacia adentro del lago.

—¡No, abuelo, por favor! —grito sabiendo que no hay nadie alrededor que pueda salvarme de él.

—¡No soy tu abuelo! ¡Nunca debiste desobedecerlo! —dice con voz grave y me arrastra.

Mi cuerpo completo entra al agua fría y temo ahogarme. Lo miro bien y, en verdad, no es mi abuelo el que me lleva al fondo. Es un ser deforme con muchos ojos por todo el cuerpo. Rugoso y verde como una rana. Me sigue jalando y ya no puedo verlo a causa de la oscuridad. Forcejeo, pero es en vano. Tiran de mi cabello. El dolor es agudo, pero ese tirón me ayuda a zafarme de la criatura y emerjo. Veo a mi rutilante abuelo, quien me lleva furioso a la orilla. La cosa gruñe y nos sigue. Ahora, en tierra firme, ambos entre forcejeos se dirigen al lago; creo que él entrega su alma en vez de la mía. Ya no podré ser feliz por el resto de mi vida, a pesar de que él por fin había muerto.

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