Sexta Fórmula

El día sin retorno | poema de Duarte Amok

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Nunca supe arrastrar lo insostenible, 
la insistencia sólo tiene sentido en un mundo con escasez,
siempre fue absurdo, para mí, ceder a los apegos, 
mis ancestros me enseñaron a matar por piedad, 
y el sonido de la muerte fue distinto al de matar para comer.

Si bien la sangre se esparcía el aire se aligeraba, 
los ojos del tordillo de mi abuelo no se habían congelado, 
estaban más vivos que hasta recién, 
sus fosas nasales se distensaban,
y, aunque muerto, parecía volver a respirar. 

Mi abuelo lloró, 
antes y después del tiro, 
y aunque quiso que me escondiera y tapara mis oídos,
yo sentí con cinco años que no podía dejarlo solo ahí. 

Besé al tordillo y rasqué sus orejas, 
apenas eso lo hacía relinchar, 
mi abuelo me dijo que terminara de despedirme, 
y me pidió un abrazo, 
cuando mi cara tocó su cadera, 
sentí su mano en mi espalda, 
y al siguiente segundo el disparo salía.

Salté, 
abuelo me dijo que no lo hizo con maldad, 
yo sabía pero sin embargo sentí algo de rabia. 

Me dio agua de la cantimplora, 
me limpió las lágrimas,
nos entendimos con pocas palabras, 
yo no sabía muchas y él no sabía usarlas. 

Fuimos a caballo y volvimos a pie, 
sentí por primera vez la verdadera tristeza, 
fui consciente de lo pequeña que era,
y de lo pequeño que era mi abuelo también,
sentí la contradicción entre la muerte y la vida, 
sin saber qué significaban taché por siempre las palabras “bien” y “mal”. 

Al día siguiente volvimos con palas, picos, baldes y sogas, 
esta vez también estaba mi papá, 
mi mamá no quiso ir porque no quería ver, 
ahora mi papá también lloraba, 
el sol les quemaba las espaldas, 
el sombrero era inútil, 
y nada alcanzaba para sacudirse las moscas,
con mi primo jugábamos a las escondidas, 
pero no podíamos distraernos,
había que sepultar al caballo, 
y eso tomó dos días, 
los animales enterraban al animal. 

Todo el tiempo vuelvo a ser esa niña, 
vuelvo a ser el abuelo, 
vuelvo a ser el tordillo, 
doy la vida, 
y mato por piedad. 

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