Aún cuando te lo pedí, te lo imploré y estuve a punto de sacarte los ojos como lo harías con otras almas inocentes, paseas por mis memorias, mis ayeres oscuros, manejando mis recuerdos a tu sádico antojo en instantes fugaces —con huellas permanentes. ¡La tortura cotidiana! —Aunque lo nuestro ha sido siempre cuestión de amores y odio. ¡Nunca más! Buscaré quemar tu espíritu con el fuego de mis penas. ¡Destruiré tu esencia y le daré mayor poder a la mía! —¡Estás advertida, ave maldita! Debes considerar que las únicas plumas negras que puedo soportar son las mías. —¡De mis alas! Esas que te abrazarán y no te soltarán. —¡Te destrozarán! Perdiste el derecho a volar ¡Y no lo harás! ¡Nunca más!
Kevin Coley