Aquí me quedo, chofer. Voy a bajar mi valija. Despierta, Kevin. Por fin hemos llegado. Te dije que no sería tan pesado el viaje. Apenas ayer llegamos en el avión y a la media noche nos subimos a este carcamán. Tú dormiste todo el camino. No te diste cuenta de las curvas, las barrancas y los brincos por los que pasamos. Igualito que cuando bajábamos al pueblo en la carreta que jalaba la burra de Nicanor. Nomás se me descuadraba todito el esqueleto y me castañeteaban las quijadas.
Jondea ese leño pa’llá, y amaciza bien la pisada, esta vereda está más dispareja que mi suerte; no se te vaya a falsear un tobillo. Tú traes botas de alpinista, pero yo por aquí subía y bajaba a “pata raiz”, descalzo. De día con la polvareda que parecía rescoldo; de noche y con lluvia con aquel frío que me entumecía las patas; por eso se me hicieron los juanetes. En cuanto cantaban los gallos, tu ma Chonita nos levantaba a todos. Unos ganábamos a apartar los becerros para ordeñar las vacas; otros a acarrear agua del arroyo en el burro petacón. Apenas amaneciendo, como ahorita, el campo lleno de niebla, el viento fresco te quitaba lo modorro, te despabilaba la mirada y el pensamiento. Mira qué bonito se divisa por allá. En un ratito más va a aparecer el sol.
La tierra está húmeda y las plantas llenas de rocío. Ese aroma dulzón es de los huizilacates que están floreando. El cantón es una florecilla que huele como las gardenias. Aquí se da por todas partes. Ese olor tan intenso atrae a las mariposas, a las chupa rosas y a las abejas y ellas alborotan más los olores. En ninguna tienda de esas grandes del otro lado vas a encontrar una fragancia como la que te está entrando por los poros, Kevin.
¡Ah, Kevin! ¡Cuánto extrañaba yo estos paisajes! Sentir el baño mañanero de sus rocíos perfumados, que te hacen recibir el día con un profundo suspiro y elevar los ojos al cielo, para agradecer tanta belleza que no te alcanzas a devorar con la mirada. Tararear contento una vieja canción, haciendo coro con el montón de pajaritos que trinan y revolotean por todos lados. Saludar a la vida escuchando el viento que silva entre los pinos que apuntan al cielo, o al riachuelo que arrulla y nutre todos estos cerros y barrancas. No te canses, Kevin, aguanta; mira que, conforme subes, todo se ve más bonito, todo va quedando a tus pies. Parece que caminas entre nubes. Allá abajo brillan muchas luces, se ve mucho humo, todo mundo tiene prisa, los árboles escasean, los pájaros desaparecen y el aire no se puede respirar.
Peor estamos allá del Otro Lado. Pero qué vamos a hacer. En ningún lado está uno conforme. Aquí en este paraíso no hay trabajo, ni escuelas pa’que estudien los chiquillos, no hay cines, ni fábricas, ni negocios, ni nada de ese montón de comodidades que ahora todo mundo quiere, por eso tuve que irme de mojado y dejar a ma Chonita.
¡Han pasado tantos años, Kevin! El que se va de mojado deja acá su corazón. Sueña con regresar a su tierra. Desea abrazar a sus familiares que se quedaron en el pueblo. Peor te la platico cuando formas tu familia allá en el norte. Entonces sí está más jodido. Eres un hilacho que deja jirones en un lado y en otro. Ni los de aquí se pueden ir pa´llá, ni los de allá se quieren venir pa´cá.
¿Oyes ese cencerro? Deben ser los becerros de tu abuela. Ya debemos estar cerca del rancho. ¡Sí, mira! Allá viene ma Chonita a encontrarnos con su manada de perros. ¡Este muchacho es tu sangre, madre! Por fin te lo pude traer. ¡Abraza a ma Chonita, Kevin! Dale un beso en su frente; mira cuántas arrugas tiene, de tanto arquear las cejas divisando cuesta abajo, deseando que la vereda le traiga de regreso a sus hijos que un día partieron cargados de hambres viejas, de esperanzas borrosas e ilusiones errantes.
Es hermosa tu sonrisa, aunque ya se te acabaron los dientes, madre. Gracias a Dios que aún conservas en tus labios esa eterna plegaria que te fortalece en tu soledad y te ata a tus hijos en la distancia. Hueles a romero y yerbabuena. ¡Deja que yo te abrace! Tu delantal está impregnado de aromas de café recién molido, con canela y piloncillo. ¡Cuánta falta me hacía un abrazo tan fragante, con olor a infancia, a pueblo, a nostalgias, a hogar, a cariños eternos!
Vámonos pronto al jacal, allá seguimos platicando. Hasta acá llega el humo de tus fogones. Seguro que dejaste tostando chiles y jitomates para moler la salsa en el molcajete. ¿Le dijiste a Juan que te trajera unos quesitos recién hechos? Acuérdate que a mí los frijoles refritos con manteca me gustan mucho. En cuanto lleguemos allá arriba mandamos a Kevin a cortar unas florecillas del llano, para adornar la mesita y ponernos todos a almorzar. Déjame que te sirva ahora yo un jarro grande de café de olla y te preparo unos sopitos con crema y queso, así como a ti te gustan. Las tortillas de maíz tienes que hacerlas tú, a mí ya me quema la lumbre la yema de los dedos. Tanto tiempo sin trabajar en el campo, tengo mis manos como muñequita de Sololoy. Voy a acomodar aquí al centro la cazuela de los frijoles y el molcajete con salsa de jitomate. Esto parece un manjar de reyes, hasta chilaquiles bien picosos tenemos. Siéntate con todos nosotros, a ti siempre te tocaba atendernos y comer de pie. Hoy te serviremos entre todos. Tú eres nuestra invitada de honor.
¡Te extrañé mucho, ma Chonita! Sólo Dios sabe cómo deseaba estar a tu lado y recorrer junto contigo todas estas veredas. Pero mi obligación me ataba a tus nietos allá en el norte. Ninguno quiso seguirme. Por eso hoy vengo solo aquí a tu tumba a traerte flores, acompañado de mis recuerdos, y del deseo de que al menos Kevin hubiera venido. Te mando mi corazón hasta el cielo.
Ave María gratia plena, Dominus tecum…
Sobre el autor

Autor de los libros Jubileo, Destellos Desafíos y Naufragios. Colabora en diversas revistas de España, Estados Unidos de América, México, Perú y Argentina. Escribe narraciones cortas, sobre temas sencillos y cotidianos. Pretende llevar al lector, a través de la magia de las palabras, a paraísos maravillosos ubicados en nuestro entorno o en nuestros recuerdos y habitado por seres extraordinarios con los que vivimos todos los días.