Cuando tu ausencia se arrastra por las calles de mi cielo,
echo de menos los miedos de colores que te inundan,
los defectos que se pegan por la piel de tus espacios
y los agujeros negros que se pierden por tus brumas,
las iras incandescentes de tus enfados absurdos,
los piropos insultantes de tu hablar ensimismado,
ese fruncido ceño que se adoquina de arrugas
y el labio que te destrozas a mordiscos y zarpazos.
Echo de menos que olvides las palabras que te digo,
el lugar y la hora exacta a la cual hemos quedado,
la babosidad extrema de tus impulsos sexuales
y las bromas que desquician el caminar de mis años;
la torpeza de tus sesos para entender argumentos,
la pesadilla constante de amontonar las canciones,
hablar sin tomar aliento de aquel increíble programa
para hacer no sé qué cosa que encontraste la otra noche.
Echo de menos que te enfades si te llamo de madrugada
para preguntarte algo que se escapa a mi entender.
Echo de menos tus burlas, tus risas escarnecidas,
y esa cara de “yo no he sido” cuando sabes que lo sé.
Echo de menos tus odios, tus prejuicios, tus vagancias,
las horas interminables que pasamos discutiendo
de si tengo yo razón en que dijiste que no
o tienes tú la razón en que dijiste de acuerdo.
Te amo por mil nociones, cualidades y defectos,
pero si no estás aquí se me eclipsa el horizonte,
y lo que más extraño, amor, no son tus mil maravillas
sino todas las razones que te convierten en hombre,
y no en ídolo divino ni en deidad iluminada,
sino en un ser imperfecto que complementa mi nombre.
Sobre la autora

Empecé a escribir poesía con quince años de la mano de un amor imposible que me comía las entrañas, y en ese difícil camino de la adolescencia, me tropecé con una profesora de literatura que admiraba profundamente la poesía. A caballo entre la angustia del desamor y las redacciones de clase, descubrí que existía un espacio en el mundo en el que podía ser yo, y en el que el maremágnum de emociones que bullía dentro de mí tenía sentido. Un verso aquí, otro verso allá; la poesía se fue transformando en un arco iris de sensaciones cantadas sin voz en un papel en blanco y, en el sentido más estricto de las palabras, en el exorcismo de mis pasiones. Así fui pasando de las líneas infantiles a las rimas, al verso libre, a los intentos suicidas de estructuras prefijadas, hasta llegar a los versos sangrantes y al grito poema que se retuerce sobre sí mismo.