Sexta Fórmula

Descripción de una estrella | Dashten Geriott

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Mi nombre es Julián, me gustan las ciudades gigantes y las mujeres inmensas.

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Tenía siete lunares en la espalda, 
dos a los lados de los labios
y uno bajo el cuello,
allí a donde llegaba mi boca
con la perfecta sincronía de un fuego
que calienta lentamente y que luego consume.

Tenía magia en las piernas,
tenía temblores en el pecho,
tenía galaxias en los ojos
y gemas en la boca.

Siempre he creído que
detrás de una mujer hecha de estrellas
hay un hombre que desea nunca estar cuerdo.

«¿Me queda bien este vestido?»,
me preguntaba a veces.
Nada le quedaba mal,
así que yo sólo asentía,
mientras delineaba con los ojos
aquellas curvas marcadas a pincel.

Por las noches nuestros cuerpos se declaraban la guerra.
Era una guerra que nos duraba varias noches
y en la que no existía la tregua innecesaria
que pueden darse dos que ya se pertenecen.

A veces, cuando la miraba fijamente,
los ojos se me convertían en eclipses,
y yo, que nunca quise ser poeta,
de pronto quería convertirme en poema,
precisamente en aquel que le nacía en los labios
cuando se relamía
y sonreía
como quien ha aprendido a controlar
los deseos del otro
con sólo mover la boca.

En las calles de la ciudad
todas las mujeres se volvían feas
cuando ella y yo planeábamos encontrarnos en la plaza.

Yo sólo escribo lo que siento cuando la veo
y si alguna vez escribo de las maravillas de su cuerpo
es que quiero que el mundo sepa
(y ella, sobre todo)
que no sólo inspira ternura.

También inspira eso que describo
cuando, al apagar todas las luces,
sólo puedo sentir el invierno en el que se convierte mi vida
si al mirar a la izquierda del lecho
ella no se encuentra durmiendo conmigo.

Es cuando menos estoy cuerdo. 
Y es que sólo ella,
con una constelación de lunares en el cuerpo,
puede hacerme ver las estrellas desde la cama.

Dashten Geriott

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