Hoy quiero escribir sobre aberraciones y realidades, no sin antes dedicar mi poema.
Dedico este poema a las treinta y dos mujeres que son violadas diariamente en México: a ellas, un himen nuevo de polen y rosas.
Al millón y medio de «productos» que son abortados anualmente en nuestro país: a ellos, un espíritu de caramelo y un mundo de chocolate, edificado en el no sé qué, del no sé cuál.
A los niños de la calle: a ellos, una sonrisa de esperanza y una oración consignada llamada «familia».
A los renegados: a ellos, una identidad propia y el amparo de un Dios verdadero.
A las ovejas negras de todas las familias: a ellas, la honra y pompa de todos sus ancestros.
A todos los mudos: a ellos, la voz del cenzontle, el pájaro de las cuatrocientas voces.
A los mancos: a ellos, las ramas de los árboles y todos los frutos prohibidos en el jardín del Edén.
A los ciegos: a ellos, los ojos del sol y mirada perdida de la luna.
A todos los inválidos: a ellos, las lágrimas y llagas que aún destilan del «hubiera».
A todos los sordos: a ellos el sonido de las estrellas y la dicción de mi poema.
A los olvidados: a ellos, un mar entero, con olas de recuerdo.
A todos ellos, dedico: «La vida».
Juan Antonio Jiménez