Tan fría como el hielo en la boca y el alma desnuda. Fría como el cielo sin ropa y el aire de altura. Contradictoria como un huracán que abraza y un terremoto que construye, como un terreno de agua mansa y un mar de tierra firme. Utópica como el final de lo infinito, caótica como una rosa sin espinas y espléndida como el reflejo de la luna brillando fuerte de día. Eterna como las palabras de un poeta, misteriosa como la profundidad de un silencio. Amante, llena de pasión y deseo, y cruel llena de indiferencia y ceguera. Así me quisiste, tal cual era. Sin cambiarme nada, ni mi apatía incomprensible, siquiera. Fuiste a por la rosa y terminaste llevándote el jardín entero. Viniste por un beso y ahora te estoy entregando mi vida. Ni te vayas tan lejos porque te quiero cerca ni esperes que te quiera si vas a irte. Quiero abrir tus brazos para encajar contigo que me abraces, me protejas y te sienta mío. Ser de tus risas y tus horas de incertidumbre, ocupar tus pensamientos cuando estás a solas. Quiero que me encuentres cuando te sientas perdido y bailarte en la sombra de cualquier esquina. Ponerle mi nombre a tus insomnios y viajar al centro de tus sueños. Quiero que me hagas tuya mientras escribes, ser el pañuelo de tu tristeza, amordazar el invierno de tus manos vacías con las promesas y planes que tengo para entregarte. Quiero acompañarte y verte crecer conmigo, tan alto, que podamos compartir las mejores vistas desde arriba. Y que si nos toca caer, hacerlo con ganas, hasta el fondo. Porque podemos renacer juntos. Dejar atrás el fatalismo de una vida carente de sentido y entregarnos al calor de estas llamas que arden entre las cuatro paredes de mi cuarto y en donde nace el paraíso, entre la tierra de este mundo y el cielo de tus brazos. Querido, la poesía la dibujas tú mientras me tocas. Que sepas que nunca creí en el amor pero hoy creo en nosotros. Y esa me parece la manera más bonita de seguir causando incendios con mis textos mientras tú sigas siendo el combustible.
Autora: Verónica Lindley