Sexta Fórmula

Cartas de un soldado desconocido – Susana Astorga

Web | Otras publicaciones

Administración - Redacción

Categorías

01 de febrero de 1916

Querida Inge:

Hace tanto que no te escribo. Me consume la desesperación y tristeza por no estar a tu lado, por no poder sentir tu calor, tus caricias y tus besos.

Te cuento que ahora estamos en Verdún. Hace algunas semanas llegó mi regimiento y, desde entonces, nos hemos dedicado a trabajar sin parar. Estamos cavando incesantemente nuestras trincheras; sin embargo, el clima es inclemente con nosotros y el frío nos consume. Tenemos que soportar tormentas y heladas; al no tener techo, el agua cae sobre nosotros empapándonos y helándonos hasta los huesos. Nuestros superiores son conscientes de nuestro sufrimiento, así que jamás falta el schnapps. El beberlo realmente te logra calentar y sientes como quema todo por dentro, realmente es un alivio por lo menos disponer de él, y de paso nos otorga un poco de valor en el campo de batalla.

Mi amada, lo último que quiero hacer es preocuparte, pero esta guerra es un infierno; estamos agotados y, mientras los soldados sufrimos lo indecible, quienes nos han hecho caer en este abismo no ensucian jamás sus botas.

Nos han dicho que esta batalla es decisiva para la victoria y marcha sobre París y que, una vez que lo hagamos, esta pesadilla terminará y podremos volver a nuestros hogares. Y yo volveré a ti y a nuestro pequeño Max. Estamos seguros que será una victoria rápida; lucharé pensando en ustedes para no sentir que es absurdo estar expuesto a una muerte casi segura.

Los preparativos de esta ofensiva están a toda marcha, y nos han mostrado una nueva arma que lanza fuego y que definitivamente va a demostrar nuestra superioridad. Espero poder estar en casa para la primavera, y ver el renacimiento de las flores de nuestro jardín.

Mi vida, me llaman para continuar cavando. Prometo continuar la carta pronto…

15 de febrero de 1916

Querida Inge

Aún no he podido enviar la carta anterior. Esta operación es secreta y temen que nuestro correo sea interceptado por el enemigo, así que por ahora no podemos enviar cartas.

Hoy he tenido una mezcla de emociones, porque vino el Kronprinz Guillermo a darnos ánimo para la batalla que pronto empezará, ¿puedes creerlo? El propio príncipe estuvo entre nosotros, y nos garantizó una victoria total, estábamos tan contentos. Sin embargo, todo se ha ido al diablo por unos traidores que aprovecharon la visita y huyeron a líneas enemigas, y lo peor de todo es que eran de nuestro propio regimiento. Mi camarada Müller los ha visto desaparecer en el bosque, así que ahora todos creen que los alsacianos somos unos traidores. Para demostrarles que no es cierto, yo mismo me he ofrecido para estar en la compañía A, en primera línea. Temo que, si siguen pensando que soy un cobarde y muero, tomarán a mi familia como unos traidores, y no quiero que mi hijo crezca pensando eso de su padre.

Querida, envíale mis saludos a mi madre, dile que pronto le escribiré y que rece mucho por mí y porque esto termine pronto.

28 de febrero de 1916

Inge:

Estoy aprovechando que nos han relevado a la segunda línea para que nos recuperemos. Estoy viviendo en el infierno mismo, hace ya varias semanas que no nos bañamos. Hace unos días empezamos la ofensiva sobre Verdún pero los franceses han resistido más de lo que esperábamos. Tomamos el fuerte Douaumont pero aún queda mucho trabajo por hacer.

Todo es una pesadilla acá, estamos viviendo el apocalipsis. La artillería no deja de disparar todo el día, y los obuses iluminan durante la noche el cielo, haciendo que, por momentos, creamos que es de día. Todo esto es horrible y no tengo palabras para describir lo que veo. Mis botas están llenas de sesos y camino sobre los muertos. Siento tanta repugnancia, el olor es nauseabundo y las cargas de artillería caen una y otra vez enterrando y desenterrando a los cadáveres que salen putrefactos y en pedazos. ¿Habrá algo peor que esto? Ayer mi camarada Müller recibió la descarga de un shrapnel y perdió la mitad del rostro, fue terrorífico. Yo mismo ayudé a traerlo de vuelta a la trinchera, había perdido toda la parte de abajo de la cara y en lugar de nariz tenía un hueco. ¿Me amarías si regresara así a casa? Yo preferiría la muerte.

Estamos hartos. Las lluvias han convertido las trincheras en lodazales, el agua nos llega a las rodillas. No podemos dormir, las ratas nos han invadido; muchos tienen disentería y están muriendo, no por las balas, pero sí por las enfermedades. Que Dios nos proteja, estamos desesperados.

Por más que estemos desplegando toda nuestra artillería, granadas de gas, lanzallamas y todo lo que esté a nuestro alcance, los franceses parecen demonios salidos de las entrañas del infierno, y no conseguimos avanzar. No sé si sobrevivamos y no sé si pueda continuar viviendo con todo lo que he visto. Necesito estar con ustedes, extraño tanto la tierra surcada cuando la araba en el campo; ahora los únicos surcos que veo son los dejados por los obuses a su paso, todo está teñido de muerte.

Querida, siempre llevo conmigo tu última carta, y la leo cada vez que puedo, pero me temo que está empezando a romperse por el uso. Por favor, sígueme escribiendo. El recuerdo tuyo es lo que me permite seguir con fuerza para continuar; por favor, háblale al pequeño Max de su padre, no quiero que me olvide.

Acuérdate de que te llevo siempre en el corazón, pronto volveré a escribirte.

Siempre tuyo,

Un soldado desconocido.

Sobre la autora

Soy Susana, abogada de profesión, madre de tres niños traviesos por convicción. Amante de la historia, de los libros y del buen café.

Shopping cart close