Sexta Fórmula

Callaghan 02: El corto | Juan Carlos Santillán

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El rostro de Mike “Hard” Callaghan descansa sobre el generoso pecho desnudo de la prostituta. Buenos recuerdos vienen a su mente.

—¿Está… muerta, Mike?

El detective, arrodillado en el piso junto al cadáver, levanta la vista.

—Sí, bastante —dice, con tono apesadumbrado—. Pero no hace mucho. ¿Qué pasó?

—¡Ay, Dios!

La guapa muchacha de pie a su lado se lleva a la cara las delgadas manos de uñas largas color rojo intenso. Callaghan observa las gruesas marcas de dedos alrededor del cuello del cadáver. Verifica la ausencia de pulso en una de las muñecas. Las pulseras de bisutería tintinean.

—Cálmate, Linda, se te va a afear ese lindo rostro. Y explícame.

—¡Ya te lo dije! —La muchacha cruza los brazos sobre el pecho. Aspira con fuerza por la nariz. Callaghan saca su pañuelo y se lo tiende. Ella lo toma, se limpia los ojos con cuidado de no correr el maquillaje—. Gracias. Bueno, es lo que te dije: Mayra y yo estábamos en la esquina, muertas de frío. Fumábamos esperando que cayera un cliente. El auto se acercó y la llamó a ella…

—¿Qué tipo de auto era? ¿Sedán, deportivo, convertible?

—No lo sé, yo no sé nada de autos. Oscuro, cuatro puertas, cuatro llantas… ¡Qué sé yo!

—Ya. No eres precisamente la mejor testigo del mundo. Sigue.

—Hablaron un momento, acordaron la tarifa. Ella se acercó a mí para despedirse. «¡Me voy con el “corto”!», me dijo, y se fue con él.

—¿El “corto”? Eso no lo dijiste antes.

—¿Ah? Se me pasaría.

—Ya, bueno. Pero que no se te ande pasando mucho, que así no llegamos a ninguna parte. ¿Quién es ese “corto”?

—Un tipo que ya había ido otras veces con Mayra. Tiene un auto bonito y viste bien. Es grande, fornido, no es feo. Pero es… “corto”. —Una sonrisa se dibuja bajo el espeso maquillaje estropeado—. Tú me entiendes.

—Sí, claro. Mucha bulla, petardo chico.

—Eso. Bueno, por lo que me dijo Mayra, el tipo era muy prepotente, hasta medio agresivo. Había ido con otras chicas antes, pero ninguna le tuvo paciencia, sólo Mayra le soportaba las manías. Se portaba como todo un macho, se vanagloriaba diciendo que la iba a hacer llorar y esas cosas. Pero a la hora de la hora… Pues era una decepción. Mayra se reía contándomelo.

—Puedo imaginar esos edificantes intercambios profesionales.

—El tipo la buscó otras veces. La traía siempre a este hotel, a esta misma habitación. Después ella iba, me contaba y nos reíamos a carcajadas. Nos íbamos a algún local a tomar un trago con lo que le había dado. Pagaba bien, eso era lo bueno. Por eso ella lo aguantaba. Pero anoche que se fue con él no volvió en mucho rato. Así que decidí darme una vuelta por acá.

—¿Y cómo entraste? Yo te dejaría entrar a cualquier parte, no me malentiendas, pero los encargados de las recepciones no suelen ser tan comprensivos.

—No hubo problema: el encargado me conoce, ya he venido muchas veces con algún cliente al que le gustan los lugares discretos. Ya sabes: esos que no quieren que la mujer se entere de lo que todos los demás ya saben. En fin, le dije al encargado que venía a ver a Mayra, que íbamos a hacer un trío.

—Bonita mentira, muy creíble. ¿Y a este amable encargado no le pareció un poco raro que pasara tanto rato? Así el cliente fuese un semental, más de un par de horas es un lapso poco común para estos menesteres.

—No, el tipo siempre pagaba por toda la noche. Aunque al final sólo duraba un rato. El encargado simplemente creyó que esta vez le había ido mejor que de costumbre.

—Ya, un sujeto muy bien pensado, ese encargado.

—¿Crees que sea cómplice?

—Podría ser. Yo siempre pienso mal de la gente. Pero no tanto como cómplice: simplemente se estaría haciendo el de la vista gorda, con tal que le paguen.

—Ah, claro… ¡Hey! —dice la muchacha, señalando a la espalda de Callaghan—. ¡Mira eso!

—¿Qué? —pregunta el detective, dando media vuelta.

—¡Alguien en el corredor!

La puerta de la habitación está abierta. Callaghan sale corriendo a ver, pero el corredor luce por completo vacío.

—¿Quién era, Mike?

—No vi a nadie. Sólo un par de cucarachas y tres preservativos en el piso. No sabía que los hacían de esos colores.

—¡Pero yo vi a alguien!

—¿Sabes quién es Amanda Ripley?

—¿Qué? ¿Quién? ¿La mujer que mata violadores y cosas así?

—Ella misma.

—¿Ella estaba en el corredor?

—¿Qué? Yo no dije eso. Sólo hacía un poco de conversación para calmarnos un poco. Pero a todo esto… Este ropero con la llave en miniatura, el tipo, ¿lo viste salir del hotel? ¿O ya no estaba cuando llegaste?

—No, el encargado me dijo que no salió.

—¿¡Qué!?

El fornido sujeto sale del baño hecho una tromba. Empuja a Linda, que cae al piso, y lanza un puñetazo a Callaghan, que por esquivarlo cae sobre el cadáver. Acto seguido se lanza contra la ventana, atravesándola en medio de una nube de vidrios rotos. Callaghan y Linda se cubren el rostro con los brazos. Después se incorporan de un salto y corren a la ventana.

—¡Se escapa, Mike!

—¡Ya lo vi!

—¡Agárralo!

—¡Son tres pisos, maldita sea, y ni siquiera me estás pagando!

—¡Toma! —dice Linda, cogiendo su bolso y extrayendo de él un grueso fajo de billetes de cien—. ¿Te basta?

Callaghan contempla el fajo un instante.

—¡Mierda! —dice.

Toma impulso. Y se arroja al vacío.

—¡Agárralo, Mike!

Callaghan impacta contra el capó de un auto. Cae a un lado sobre el asfalto con un sonido seco, preguntándose cuántas costillas se habrá roto. Saca el arma y, cojeando un poco, corre detrás del sujeto, que en ese momento le lleva ya varios cuerpos y da la vuelta a la esquina. «¡Listo!», piensa Callaghan, «¡Sólo dos vueltas y callejón sin salida!». Desacelera el paso. Con calma, da la vuelta a la esquina. La calle está vacía. Unos metros más adelante, voltea a la izquierda. Vacía también. Luego, voltea a la derecha, está vez con mayor precaución. Está oscuro. Al fondo se ve una figura alta y fornida. Lleva un bulto en la mano derecha. Callaghan se aproxima con cautela, apuntando su arma. La figura levanta un brazo, proyectando la mano derecha.

—¡Toma! —grita.

Callaghan se hace a un lado para evitar el tiro, apuntando a la vez su arma, pero en el último instante decide no disparar.

—¿Qué haces? —pregunta el sujeto, y su grito es un bramido.

Callaghan se incorpora. El sujeto mantiene el brazo extendido. El detective se aproxima apuntando al pecho.

—¡Baja el arma!

—¿El qué?

El sujeto parece extrañado un momento. Después suelta una sonora carcajada, que retumba en el callejón. Cuando Callaghan está lo suficientemente cerca, puede distinguir el objeto que el otro lleva en la mano: es un fajo de billetes igual de grueso que el de Linda. Bonito día, muy productivo.

—¿Y eso? —pregunta, bajando su arma.

—¡Tómalo! —responde el sujeto—. ¡Y déjame en paz!

Callaghan coge el fajo. Al fin podrá sacar el auto del taller. Y quedará bastante para gastar en el bar de Joe. Se lo mete al bolsillo. Guarda el arma también. El sujeto sonríe, satisfecho. Callaghan sonríe a su vez. Da la espalda al sujeto. Avanza un paso. Y, tomando impulso, da la vuelta y estrella su puño contra el rostro del sujeto. Éste ni siquiera se tambalea. Callaghan siente que, si no se rompió las costillas antes, ahora por lo menos se fracturó los nudillos. El sujeto ya no sonríe. Se lleva una mano a la nariz. La pone después ante sus ojos. Está manchada de sangre.

—¿Por qué fue eso?

—Por Mayra.

—Pero te pagué.

—Me pagaste para que te dejara huir. Pero no podía dejar de darme el gusto.

—Ya. ¿Tanto te importa una puta muerta, como para hacer eso?

—Sí. ¿Y a ti? ¿Tanto te importaba para que la mataras?

—¡Nadie se burla de mí!

Callaghan ve al sujeto apretar los puños, grandes como la cabeza entera del detective. Decide que es mejor no seguir presionando. Ve una sombra en lo alto de un edificio. Disimula.

—Ah, era eso. Claro. Quería tenerlo en limpio. Bueno, estamos a mano. Adiós.

—Piérdete.

Callaghan vuelve a darle la espalda y esta vez sí se aleja de ahí a buen paso. Cuando llega a la avenida frente al hotel, Linda lo está esperando en la esquina, junto al poste de luz.

—¿Y el “corto”?

—En el callejón.

—¿Y no le hiciste nada?

—Le di un buen derechazo, pero te aseguro que me dolió más a mí que a él. Apenas le saqué un poco de sangre y le reventé un par de espinillas.

—¿Nada más? ¿El tipo fugó? ¡En ese caso no te pagaré nada!

—Yo no dije que hubiese fugado.

—¿Y entonces?

—Espera.

Callaghan hace un gesto de silencio. Tras permanecer atentos un minuto sin oír nada, les llega nítida la detonación de un arma de fuego.

—¡Un disparo! ¿Fue un disparo, verdad? ¿O qué…? ¿Qué fue eso, Mike?

Callaghan pasa el brazo por los hombros de la muchacha y juntos empiezan a caminar por la avenida.

—Eso, Linda, fue justicia. Justicia pura y dura.

—¿Qué? ¿Quieres decir que el tipo está muerto?

—Precisamente eso quiero decir. Ahora hablemos de mi pago.

—¿Tu pago? ¡Pero si no hiciste nada!

—El tipo está muerto. ¿Quieres ir a comprobarlo?

—¡No, gracias!

—Entonces no dudas de mi palabra: el tipo está muerto.

—¡Pero tú no lo mataste! En todo caso, tendría que pagar a esa Amanda Ripley.

Callaghan se detiene. Contempla un momento a la muchacha, sorprendido. Luego sonríe. Y vuelven a caminar.

—Chica lista —dice Callaghan, sacando la cajetilla. Enciende los dos cigarrillos—. Vamos: te invito un trago.

—¡Acepto!

—Pero tú pagas.

Autor: Juan Carlos Santillán

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