Hablo sólo si hablo solo.
No necesito extravasarme.
Conservo mis jugos y esencias para mi propia decantación. Charlar es desnutrirse, despilfarrar los tesoros asignados a nuestro destino, arrullando el oído de los demás. Cuanto mayor sea el consumo de palabras tanto menor será el patrimonio ancestral.
Hablo sólo si hablo solo.
Por autocrítica callo siempre vocablos que no promueven ningún beneficio, y omito los argumentos que solamente causan trepidación gregaria y actitudes mancas. Mi conciencia de candado clausura los portales de la facundia para que no lastimen ninguna privacidad. Con cenizas de argumentos esparcidas revelo el paso intruso de oradores y bufones.
Hablo sólo si hablo solo.
No me gusta la cháchara de la gente: la verborrea filosófica, el charlatanismo de los políticos ni la guarrería de las ferias. Odio el rumor milenario que viene desde el fondo del tiempo envuelto en conversaciones. Su caudalosa fluencia de palabras irresponsables todavía nos ensordece y estupidece.
Hablo sólo si hablo solo.
En profundas instancias ontológicas he ido haciendo en las ríspidas laderas que conducen a la cumbre del yo. Computo los afanes del alma, no la falacia de ecos indistintos. Sé que llegaré como narciso ciego a reflejarme en la fuente de mis sueños, antes que la cereza de la desabrida pantalla de los demás.
Hablo sólo si hablo solo.
Comprendo y admiro la voz escueta y enjuta, sin engolamientos de fervor humano. Mi voz no disuena en mi ámbito ni aporta aflicciones a seres ajenos. Por cauto no dialogo jamás. No alterno con nadie ni conmigo mismo. No soy un sátiro de leyenda antigua, de esos que dialogaban con su falo erecto o laxo.
Hablo sólo si hablo solo.
La pétrea mudez del Cosmos se ha ido diluyendo en locución y monserga, en vocablos y sílabas, pulverizándose en letras y grafías de mil diccionarios.
Hoy las conversaciones forman una maelstrom mucilaginoso que estropea la acuidad de los oídos. Por eso, únicamente me escucho. Mi voz entonces, tal como un conmutador de corrientes alternas, ilumina la oscuridad de mi propia ausencia.
Hablo sólo si hablo solo.
Abomino las controversias que estallan por doquiera, y las polémicas que encienden vociferadores y gesticuladores. Son agonías del interés y de la emoción, actores banales que medran en teatros infames, en donde la única prosopa decente es la del tetragonista que no habla.
Hablo sólo si hablo solo.
Mi singularidad se perfecciona tachando secuelas de violencias auditivas: poniendo mordazas al estrépito, culminando mi modo de ser merced a sutiles, obstinadas vivisecciones. Convalido así lo que la intuición repone en la costumbre de vivir, por el desgaste de los sentidos. Y al notar la virtud incantatoria del silencio, sobre toda la algarabía del mundo, me place extenderme en el nihilismo de una muerte metafísica.
Hablo sólo si hablo solo.
Huyo de ágoras retóricas, simposios sofistas y tribunas especiosas, he educado mi percepción en clautros de silencio y en la clausura de resignaciones monacales, ¿Para qué ensuciar la soledad con residuos orales? ¿Acaso la boca no es el ano del cerebro?
Hablo sólo si hablo solo.
Escucho por ende con agrado el discurrir del monólogo gestual de los mimos a base de grimaces y ademanes. Pontificar, discutir, compartan procesos anormales que embarullan la correcta comprensión de las cosas: la recta conducta, la recta verdad, la recta voz, la recta pureza y la recta soledad.
Sobre el autor

Fue un escritor y jurista argentino. En vida recibió varios reconocimientos, a pesar de lo cual, su poco interés en promocionar sus obras ha hecho que sea un autor desconocido para el gran público, convirtiéndolo en un autor de culto dentro de las letras rioplatenses.