Se nos va desapareciendo el mundo cuando se abre la tormenta de la ciencia del espíritu que revuelca a la conciencia Se me van haciendo añicos las ideas concupiscentes que crecieron sin temores en mis afectos baladíes Sé que el tiempo no está perdido porque nunca ha sido mío; y entre mi sueño y tu carne ¿qué argumentos hemos florecido? Tenemos la palabra, virtuosa cuando ciega, si contiene fe; usamos la distancia, telúrica como ilusión del propio ser Porque nunca he sido solo aunque aislare mis entrañas; ¡ayúdame alma clara! porque lejos, solo está el infierno
Sobre el autor

Nací en un pueblo de Veracruz húmedo y asolador. Emigré a la Atenas veracruzana a los cuatro años, donde aprendí a cultivar la pintura, la música y la literatura, enamorándome de dichas formas de manifestar el poder de creación del que gozamos como especie. Creo en el misticismo religioso y en la transmutación del dolor a través de la fe, ciega de preferencia. Soy hombre casado y de familia, siervo de Dios. El 90 % de mis amigos son caninos. Respirar y sentir que inhalo y exhalo junto con el mundo es mi idea de paz terrena. Practico —ya sea dormido o despierto— el jazz y el ensueño.