Sexta Fórmula

Aquí entre niños – Gabriel Valdovinos Vázquez

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Hoy quiero que tú y yo platiquemos largo y tendido, con calma y sin temores; sin máscaras, sin formalismos, a pies descalzos, frente a frente, con el corazón en la mano, de niño a niño.

No, no creas que me estoy poniendo holístico con eso de sanar al niño interior. Ya bastante abultados tengo la panza, los cachetes y la papada, como para andar cargando chamacos dentro de mí. Nada de eso. En esta etapa de mi vida, sin miedo, sin temores y con todo el desparpajo del mundo, puedo adoptar las actitudes que se me vengan en gana. Y casi siempre predominan las fantasiosas, ingeniosas, creativas y confiadas que caracterizan la etapa de la niñez.

Para sentirnos en ambiente, aquí en mis bolsillos traigo algunas de mis golosinas favoritas para compartir; pero dando y dando pajarito volando, una tú y una yo, y no se vale mano negra, porque la chapuza siempre acusa.

Te invito de mis manguitos tiernos con chile, y tú me compartes tu brownie relleno de cajeta y cubierto de chocolate alemán; a ti se te carean los dientes y a mí se me dispara la glucosa al infinito y más allá.

Traigo cacahuates garapiñados, pellizcos de tamarindo con azúcar y galletas de animalitos, pero esas valen más; nada que ver con tu cajita feliz de “cartonal’s”.

También tengo guajes y guamúchiles, esos te los regalo; dicen que son muy buenos para el covid, por aquello de las sanas distancias.

Mira, este trompo de guayabo, tuneado con tachuelas, siempre fue invencible. A muchos chiquillos dejé llorando. ¡Vieras que fuerte pegaba en la frente o en las rodillas cuando se me encordaba!

Yo te enseño algunos trucos con el yo-yo, pero tú me dices cómo usar el control del X-Box One Series X.

De las canicas ni hablamos, porque si llegas mugroso y con los pantalones rotos de las rodillas, tu mamá se engarbanza y ya no te dejará salir a jugar conmigo.

Eso de irnos de pinta al río, a cazar al cerro o a pescar a la playa, desde que amanece hasta que oscurece, ni pensarlo. Capaz que en tu familia y en la mía todos se paran de pestañas, se activa la Alerta Ámbar, la Azul, la Cruz Roja, la Armada de Guerra, los bomberos y paracaidistas suicidas, a los treinta minutos que salgamos de nuestras casas sin avisar.

Mejor cuando empiece a oscurecer, juntamos leña y estopas de cocos; hacemos una fogata en la parte alta de la vereda, para poder divisar hacia todos lados; y ahí, viendo la luna, empezamos a adivinar las formas que dibujan las nubes. Cada uno deberá contar una historia de miedo, no importa que después no nos podamos dormir.

A ti te preocupa que yo haya tumbado árboles para avivar el fuego, te estresa el humo que genera la lumbre; te molesta que los chiquillos de la otra esquina se estén cenando una iguana y unas güilotas asadas en las brasas.

Te angustia que Doña Chonita, tan viejita y casi ciega, ande caminando sola por esas oscuras veredas. Que los niños caminen descalzos y sin camisa, jugando con machetes y cohetes. Que hostiguen a Carlitos por su forma diferente de caminar y de hablar.

A mí me incomoda que muchos papás modernos regateen la convivencia y los cuidados que sus niños necesitan, bajo trampas tan burdas como esas del tiempo de calidad, que no es más que el tiempo que a ellos les sobra, a la hora que a ellos les molesta menos otorgarlo, mas nunca en la cantidad y el momento en que sus hijos lo necesitan.

Que aceleran o hacen desaparecer la infancia, la inocencia, las fantasías del corazón y la mente de los niños, en una inexplicable ansiedad por hacerlos llegar a la cruel adultez de forma abrupta y vertiginosa.

Que descarguen sobre las nuevas generaciones todas las frustraciones, complejos y errores de la época anterior, en algo que pareciera ser una cruda venganza en un ciclo interminable de absurdos.

Que obliguen a sus hijos a adaptarse a un molde, cual lo hacía el tristemente célebre Procusto, para embonar en los esquemas y estereotipos que más convienen a los intereses consumistas de la modernidad.

Que corten alas y trunquen sueños por comodidad y temor a lo desconocido, privándolos de la posibilidad de explorar promisorios y apasionantes horizontes para la humanidad.

Definitivamente los niños de todas las épocas son portadores de propuestas y esperanzas capaces de llevar a la civilización a niveles cada vez más trascendentes; sólo es necesario prolongar esa etapa durante toda la vida, si es posible; para que los valores auténticos y sin malicia puedan manifestarse en beneficio de todos.

Que la bondad, fraternidad y creatividad de la infancia se propaguen a todas las etapas de la vida, así todos los progresos científicos, humanistas y tecnológicos crecerán en armonía con principios éticos que garantizarán el bienestar y desarrollo integral de los individuos y de las sociedades.

Mueve esa vara, que se te están chamuscando los bombones.

¿Ves que no deberían existir esas “brechas” entre los aburridos adultos y los ingeniosos niños?

Creo que somos los mayores quienes generamos todas estas complicaciones y pagamos muy caras las consecuencias de nuestra soberbia y necedad; desafortunadamente, ese ambiente termina afectando a la niñez que nos rodea, involucrándolos en esta inexplicable locura de autodestrucción.

Ahora, guarda en tu mente y en tu corazón las chispas de esta fogata, que yo conservaré también todos estos recuerdos como tesoros, para seguir soñando con un futuro y un presente mejor para ti, para mí y para todo ese montón de gente que vienen dando vuelta allá abajo, histéricos y neuróticos, buscándonos a ti y a mí.

Sobre el autor

Autor de los libros Jubileo, Destellos Desafíos y Naufragios. Colabora en diversas revistas de España, Estados Unidos de América, México, Perú y Argentina. Escribe narraciones cortas, sobre temas sencillos y cotidianos. Pretende llevar al lector, a través de la magia de las palabras, a paraísos maravillosos ubicados en nuestro entorno o en nuestros recuerdos y habitado por seres extraordinarios con los que vivimos todos los días.

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