Busco la nave, estoy perdida. ¿Se fueron dejándome sola en este horrible planeta? En plena incursión caí, me desvanecí y, ahora que desperté, no están.
—Mamá, papá, prometo portarme bien —digo en voz baja.
Solo silencio escucho a mi alrededor. Camino en el desierto, sola, sin señal en mi radar intergaláctico. Me alumbran las estrellas. Duermo en la arena. Miro mis delgados miembros. Pronto necesitaré una descarga eléctrica para procesar mi alimento. Me aferro a la idea de que vendrán pronto por mí. Recorro por mis recuerdos y ahí encuentro mis malas acciones. Evoco los castigos que me imponían porque siempre fui una deshonra para mi casta. Era más fácil que me maten, pero era ilegal. Es más doloroso sentirme abandonada. Muero en mi mente a cuenta gotas. Ahora entiendo el dolor que ocasioné a mis semejantes. Debo relajarme para no perder la razón. Recorro el lugar, veo a lo lejos unos seres bípedos errantes, entre ellos algunos subidos en otros seres cuadrúpedos. Está amaneciendo.
Escucho cerca un sonido peculiar, ¿será mi nave? No, no lo es. Si no consigo electricidad en unas horas me debilitaré. Mi reloj sigue quieto. Sin las ondas que emite la nave no funciona, por lo tanto no está cerca. En este momento estoy segura de que, de castigo, me han dejado en este maldito lugar.
Pienso mientras me agazapo que debería buscar ayuda, pero no estoy segura de que esos seres bípedos puedan entenderme.
¡Ja! Yo, que en mi planeta hacía y deshacía; ahora aquí, en este lugar, no soy nada. Si he de morir, moriré luchando. Me acerco a los nativos. Me ven y algunos corren despavoridos, los otros que están encima de los cuadrúpedos, sacan extraños objetos largos, de ellos salen sonidos cortos y secos. Me apuntan mientras se van. Pasan por mi lado unas piezas diminutas a gran velocidad, una de ellas me impacta. El dolor es agudo. Me arrepiento de mis delitos. Mi reloj empieza a tintinear, parece que he sido perdonada.